Atención de niños y niñas en pandemia.

El contexto actual de aislamiento social preventivo y obligatorio para enfrentar la Pandemia COVID19, nos plantea sin mucha alternativa una reconfiguración de los espacios, los tiempos y, especialmente, el dispositivo de atención. Frente a esta situación, la pandemia se presenta como una amenaza que se encuentra en el exterior y pone en peligro nuestras vidas. Como contracara, la cuarentena se piensa como una medida de cuidado y protección. No obstante, el confinamiento trae consigo un sinfín de consecuencias sociales y singulares. Los niños y niñas continúan con sus espacios habituales desde casa, por ejemplo, recibiendo tareas escolares por soportes virtuales. Los tratamientos psi continúan también bajo nuevas modalidades y herramientas, especialmente, aquellos que posibilitan vernos en la pantalla y, muchas veces, jugar.

El juego está en el corazón de la actividad propia del niño, es un modo de trabajo del aparato psíquico y una de sus prácticas más tempranas. Mediante el juego, el niño procesa psíquicamente los estímulos del medio, tramita situaciones traumáticas y cierto malestar. Entonces el juego no es sólo una diversión. Es también, la posibilidad de elaboración de lo vivido. Como dice Winnicott, el juego es el lugar del niño, es el lugar donde reside el sujeto.

Si nos proponemos sostener los tratamientos deberemos, más que nunca, pensar variantes del encuadre tradicional y ponernos creativos con el establecimiento del dispositivo analítico.
¿Qué es lo que debe prevalecer del espacio, más allá de las modalidades o herramientas tecnológicas? ¿Qué se juega en cada encuentro?
Jugar es nuestra herramienta, es la forma que toma el dispositivo y es un modo de sostener una presencia que aloje. Garantizar un espacio para que se despliegue el juego como actividad psíquica implica ir en contra del aplastamiento subjetivo de estos tiempos.

Pensemos, ¿Qué lugar tiene el cuerpo en este contexto? Por empezar, el cuerpo y el contacto se han tornado fuente de contagio y, por ende, de peligro. Por el distanciamiento físico, pequeños y grandes han debido prescindir de mucho. En ese sentido, creo que a los chicos les falta el recreo con amigos, ese momento tan particular e importante en donde se despliega lo social del mundo infantil. Asimismo, falta el pegoteo, los abrazos, el pegar; hay una ausencia del cuerpo del otro. Entonces lo interesante estará en pensar cómo hacer para que el aislamiento no genere un desencuentro en la dimensión social mientras tengamos que quedarnos en casa, sabiendo que el cuerpo a cuerpo es un aspecto ineliminable para todo ser humano. Por eso ofrecer un encuentro resulta significativo y, por qué no, creer que esto puede ser posible a través de medios virtuales. Es cierto, no todos los niños logran sumarse a la modalidad, o quizás nosotros no logramos ofrecerles un dispositivo adecuado a cada uno. Implica más que nunca la creatividad y la versión más artesanal del encuadre. En muchos niños se puso en escena la categoría ausencia - presencia. Esto favoreció juegos de escondidas, saliendo del recuadro de la pantalla sólo para volver a aparecer jubilosamente. Pero también, es cierto que a algunos pequeños, la pantalla los inquieta o los incomoda. Para ellos, la presencia de la pantalla los confronta con la ausencia del cuerpo del otro y algo de eso se vuelve insoportable. Un efecto de estas cuestiones, es la prolongación de los cierres de sesión, o bien, el enojo por cortar.

El lugar del Otro que sostiene

En muchos casos, la cuarentena genera agotamiento y desborde en los adultos. A veces, vemos la dificultad para la actividad conjunta, dejando caer algo de la trasmisión. En otros casos, el confinamiento provoca una simbiosis familiar o una vuelta a un estado anterior de adherencia que imposibilita la expresión de lo singular del niño. En este sentido, el puertas adentro del aislamiento provoca un taponamiento favoreciendo una negación de las diferencias, o bien, de aquello a tratar por lo cual se consultó, siendo funcional al no querer saber. Algunas personas, se han encontrado con ciertos rasgos positivos generando un encantamiento por el aislamiento y el estar en casa, suponiendo que esta nueva condición les ha aportado encuentros en familia, mayor tiempo para compartir y cambios favorables en la forma de vida. No obstante, es peligroso que los adultos consideren como suficiente en la vida de los niños, ese aislamiento familiar. Los niños no sólo necesitan para su buen desarrollo de la institución escolar, necesitan salir al campo social a partir del encuentro con otros semejantes y Otros discursos. La idea de peligrosidad que se ubica en el exterior, refuerza en muchos casos, ese encapsulamiento que podríamos entender también como muy riesgoso para la subjetividad incipiente.

En ocasiones, observamos que la familia obtura la posibilidad de que el niño trabaje a solas y el cuidado de su intimidad favoreciendo la vuelta a ese pegoteo. Otras veces, nos encontramos con adultos que al no poder registrar la necesidad del niño o los usos que este puede dar al espacio terapéutico para expresión de lo que lo inquieta, lo dejan caer. Desde lejos no se ve, desde muy cerca tampoco. ¿Cómo encontrar la distancia operativa?

En el caso de una niña de cinco años, se encontraba relatándome una escena vivida en la vía pública que le suscitó mucho temor. Ante las imprecisiones esperables de su edad, su madre se abalanzó sobre la pantalla y comenzó a relatar con lujo de detalles la anécdota. Con otros niños, insisten los dichos de los adultos tales como: “Decile a la psicóloga lo que pasó”, o “respondele, hablá, te está preguntando”, interrumpiendo y tapando el decir infantil. Ahora bien, ¿acaso no ocurría ya esto antes? Recuerdo madres y padres dando las mismas indicaciones en la sala de espera del consultorio. La diferencia es que podíamos cerrar la puerta y dar paso al espacio propio y la intimidad. Esto, muchas veces, no es posible en las videollamadas, los adultos permanecen en el mismo ambiente y participan.

Por ello, me propongo repensar las condiciones posibles y tener en cuenta que este es un trabajo posible a través de la madre, no es sin los adultos. ¿Qué hacer con la presencia de los padres en la virtualidad? Por un lado, estas frases que se escuchan debemos poder leerlas a la luz de la transferencia e incluirlo en la escena analítica. Cuando la madre dice: “decile a la doctora” deposita en nosotros un saber y cierta idea de que podríamos ayudarlos con aquello que sucede. No olvidemos que los padres están también sobreexigidos. Los niños requieren atención, compañía, cuidados y no hay que caer en el peligro de que esto se vuelva un imperativo de productividad parental. En ese sentido, creo que estar disponibles es una buena medida para los analistas, escuchando lo que pasa sin suponer que vamos a darles las respuestas o soluciones a todo. Estos tiempos de pandemia y herramientas virtuales nos recuerdan algo: muchas veces los niños no quieren hablar, quieren jugar. Y esa es una indicación muy importante que no hay que perder de vista.

Por otro lado, vemos adultos que se sienten dificultados para mantenerse en su función, atravesados por sus propios temores, preocupaciones y consternados por el encierro. Hay que saber que los niños construyen sus herramientas simbólicas a partir de un Otro que sostenga. Recuerdo que, tras las primeras semanas de incertidumbre e interrupción de algunos tratamientos, comencé a contactarme con las familias para pensar en cada caso una continuidad posible. En el caso de una paciente, también de cinco años, que atiendo hace varios años, con graves dificultades en el lazo al otro, al llamar a su mamá para retomar las sesiones, me dijo que la nena no sabía lo que pasaba, que no entendía que no podíamos salir y que al hablar conmigo eso generaría un berrinche por querer ir al consultorio a verme. Por el mismo motivo, no llamaban hace semanas al padre que vive en otra casa. Estamos ante un momento de desconcierto y en algunos casos, leemos una saturación del adentro. Por ello, ofrecemos un lugar diferente de expresión del malestar, generando algo de lo íntimo que permita sostener el lazo y la creación de algo distinto ante lo novedoso que se impone.

Hoy vemos no sólo la ausencia y el valor de la escuela, sino que, reivindicamos el lugar central de la institución y su importancia y calidad del proceso de aprendizaje. El cansancio de los adultos que tienen que sostener sus prácticas laborales - o bien, la incertidumbre por la imposibilidad-, genera una tensión que es proporcional a las exigencias y autoexigencias. Los medios de comunicación y redes sociales, imprimen en la conciencia colectiva un imperativo de compartir tiempo juntos, cumplir con lo que se espera del rendimiento escolar, hacer actividad física, cocinar, y tantas otras actividades a las que somos empujados. Esto, puede aplacar la impaciencia por la sensación de estar detenidos, aunque también, puede generar frustración y sensación de fracaso. Lo importante es establecer vínculos con otros y el sostén de los hijos. Además, es importante buscar espacios propios y de intimidad, para chicos y grandes. Resulta necesario estar con otros por fuera del hogar, a través de las pantallas.

Conclusiones En la atención virtual de los últimos meses, los niños y niñas que atiendo han ido armando juego bajo distintas modalidades. Juegos de escondidas, los dibujos, los chistes y juegos de palabras, la aparición de los monstruos y la muerte. También aparecen las pesadillas, los temores y las regresiones. Como sabemos, el temor a la muerte pone al sujeto frente al desvalimiento. En este caso, el adulto que es quien sostiene al niño, también tiene que vérselas consigo mismo ante la idea de muerte que aparece mucho más vívida que en otro momento. No es posible omitir el hecho de que las familias en contexto de vulnerabilidad social cuentan con menores recursos para enfrentar este contexto dramático. No es lo mismo encarar el ASPO con algunas cosas a la mano que inmerso en toda una serie de carencias.

No obstante, más allá de los contextos materiales, esto nos atraviesa a todos por igual, pero los efectos son distintos para cada quien. Por otro lado, ante un real que aparece y modifica absolutamente la realidad, la posición que se toma es diversa. Es decir, las respuestas al hecho traumático siempre son del sujeto.

Siguiendo a Winnicott, pensamos los encuentros como un espacio transicional, es decir, un espacio “entre” que no es ni completamente el exterior -la realidad efectiva-, ni completamente un espacio interior al sujeto. En este sentido, podemos entender la consulta a través de las pantallas de la misma manera. Este espacio de inclusiones recíprocas que tiene lugar en cada sesión, no es exactamente la casa del paciente ni del todo nuestra casa. La apuesta consiste en generar los medios para un encuentro analítico haciendo prevalecer la voz del niño o niña que ha pedido la continuación del tratamiento. Es decir, no dejarlos solos. La preservación de la vida ante la amenaza del exterior, implica también ocuparse del devenir psíquico y por eso debemos buscar los medios para que el encierro no genere la ruptura del lazo social. Permitir que emerja el discurso singular del sujeto.