Qué sucede cuando en el transcurrir de una pandemia sucede lo inesperado, la ausencia de un otro que dejó marcas, sostuvo y logró ser una verdadera perdida que no deja de dar consistencia a la falta en el sujeto. ¿Cómo habitar la lógica de un proceso de elaboración psíquica que implica todo trabajo de duelo?. ¿Resulta posible de habitar este proceso o sólo nos queda transitar esta perdida, esperando que llegue el momento adecuado para poder dar curso a este trabajo?. Ese momento en donde lo simbólico comienza a bordear ese agujero, ese real que señala la presencia de una ausencia, como aquel que nos permite trazar las coordenadas de un trabajo singular que conducen a un cambio de posición subjetiva, que permite en el mejor de los casos al final del proceso, soportar la pérdida generando un alivio estructural. Por otra parte, ubicamos lo que tanto para Freud como para Lacan, eran considerados “duelos patológicos” o aquellos que se diferenciaban de los llamados “duelos normales”. En esta línea, situamos aquellos duelos que generan un efecto desubjetivante en el sujeto, generando como consecuencia un efecto mortificante. Nos encontramos en una época en donde se les exige a los sujetos elaborar un duelo en tiempos, con fases y modos que son del orden de lo colectivo, aportando una única modalidad de elaborar una perdida como si hubiera una fórmula universal de habitar este proceso. Esto, que no deja de ser una ilusión, confronta al sujeto con sus propios recursos, resultando imposible compartir los modos de soportar la falta. Esta exigencia, no hace más que conducir a patologizar lo que queda por fuera de estos márgenes. Nos encontramos con los discursos hegemónicos de la época, como la psiquiatría que propone etapas como el modelo Kübler Ross de la Dra. Elisabeth Kübler Ross (1), donde el sujeto debería transitar 5 etapas para elaborar una pérdida de carácter universal: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. En este continente situamos el fármaco, como respuesta que brinda este discurso al sufrimiento, generando un efecto sedante que anula el malestar que ocasiona la ausencia, como un intento de complacer al sujeto que nada quiere saber de esa pérdida. Por otra parte, surge la pregunta que nos interpela como analistas, ¿Qué lugar le da el psicoanálisis en estos tiempos al duelo?. La muerte de un ser querido como acontecimiento que irrumpe en la vida del sujeto, produce en la escena que lo sostiene y lo mantiene apartado del mundo, un efecto de derrumbe del sostén simbólico, convocando al sujeto a reinventar un marco en ese mundo que lo sostenga y lo ampare de la angustia. Situemos el lugar que el psicoanálisis le da a este proceso de elaboración psíquica, entendiendo que estas irrupciones traumáticas confrontan al sujeto con lo íntimo de su ser, dando lugar a una forma singular de habitar este proceso sostenido por los tiempos lógicos del inconsciente y sus formaciones. ¿Por quien se duela? Lacan en el Seminario X “La Angustia” (1962 - 1963), afirma “Sólo estamos de duelo por alguien de quien podemos decirnos yo era su falta”. La pérdida de aquel cuya falta hemos sido, expone al sujeto con sus recursos en un momento donde la sociedad está privada de rituales, como los velatorios, los entierros, que acompañan en lo colectivo los procesos de hacer duelo. Encontramos en la época, saberes que circulan en nuestra sociedad, lo cultural aborda en su mundo simbólico, con prácticas y discursos lo real de la muerte. Estos saberes intentan significar e inscribir en la red significante el acontecimiento traumático que ocasiona un agujero en lo real, ya que lo que se pierde es una parte del sujeto que se encontraba íntimamente enlazada con aquel que ya no está. En cuanto a nuestro hacer como psicoanalistas en este contexto de aislamiento social preventivo obligatorio, nos encontramos con el trabajo de repensar nuestra práctica clínica. En este sendero encontramos los avatares de una época que moldea subjetividades sostenidas por el rendimiento, donde la pausa queda anulada por la productividad. Hoy estamos obligados a pausar nuestras rutinas por la presencia de un virus del que muchos hablan, que afecta al cuerpo en su dimensión imaginaria, real y simbólica. Es aquí, que bajo esta lógica, situamos el encuentro entre el paciente y el analista, dónde lo tecnológico es una apuesta para sostener el lazo analitico, lazo que no hace más que oficiar la apertura de lo íntimo. La experiencia clínica da lugar a la invención singular de cada sujeto, ofreciendo una modalidad única de soportar la pérdida para que el paciente pueda resituarse tras las huellas que dejó la muerte de un ser querido. Es decir, verse afectado por las marcas que dejó la pérdida y tomar ante la ausencia una posición diferente que produzca alivio y permita hacer lazo.- Ref. (1) Elisabeth Kübler Ross, (1969). “Sobre la muerte y los moribundos”. Grijalbo.